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Procuren los superiores y síndicos atender, con toda solicitud de los bienes comunes, las necesidades verdaderas y justas de los frailes, en forma tal que permanezca del todo excluida la vida privada.
Procuren los superiores y síndicos atender, con toda solicitud de los bienes comunes, las necesidades verdaderas y justas de los frailes, en forma tal que permanezca del todo excluida la vida privada.
Puesto que la pobreza impone a tantos hombres la necesidad de trabajar con ahínco para conseguir un tenor de vida sencillo, nuestros frailes han de dar ante el pueblo un eficaz testimonio colectivo trabajando con diligencia en su oficio apostólico, viviendo con sobriedad de una remuneración muchas veces incierta, y haciendo con gusto partícipes de sus bienes a los más pobres.
Emulando a los apóstoles que anunciaban el reino de Dios sin oro, ni plata, ni dinero, santo Domingo y sus frailes, según las exigencias del apostolado de su tiempo, se propusieron no tener ni posesiones, ni rentas, ni dinero, y mientras predicaran la palabra evangélica, mendigar cada día el pan de la comunidad. Así fue la pobreza apostólica en los comienzos de la Orden, cuyo espíritu debe animarnos también a nosotros, según formas adaptadas a los diversos tiempos y regiones.
Todos los frailes y, principalmente los superiores, movidos por la comunión fraterna, ayuden a los frailes que se encuentran con dificultades en materia de castidad, usando manifestaciones de máxima caridad, como son la sincera benevolencia, oraciones, advertencias y todos los demás remedios prudentes y eficaces.
Los frailes, en cuanto prometen castidad «por el reino de los cielos», sigan las huellas de santo Domingo que, quien por amor de Dios conservó sin mancha la virginidad durante toda su vida, y de tal modo ardía de amor y celo por las almas, que «acogía a todos los hombres en el amplio seno de su caridad, y, amando a todos, por todos era amado, entregándose a sí mismo de una manera total en el cuidado del prójimo y en la compasión de los desdichados».4