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35

Procuren los superiores y síndicos atender, con toda solicitud de los bienes comunes, las necesidades verdaderas y justas de los frailes, en forma tal que permanezca del todo excluida la vida privada. 

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33

Puesto que la pobreza impone a tantos hombres la necesidad de trabajar con ahínco para conseguir un tenor de vida sencillo, nuestros frailes han de dar ante el pueblo un eficaz testimonio colectivo trabajando con diligencia en su oficio apostólico, viviendo con sobriedad de una remuneración muchas veces incierta, y haciendo con gusto partícipes de sus bienes a los más pobres. 

Constitutio
In fieri
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32

  1. Por eso, con nuestra profesión prometemos a Dios no poseer nada con derecho de propiedad personal sino tenerlo todo en común, y usar de ello para el bien común de la Orden y de la Iglesia según la ordenación de los superiores.
  2. Por este motivo, ningún fraile puede retener como propios ni bienes, ni dinero, ni rentas que recibiere de cualquier forma, sino que entregue todo a la comunidad.
  3. Tampoco se admita en la misma comunidad una acumulación de bienes comunes que no sirvan para el fin de la Orden o de su ministerio, ya que esto estaría en contradicción con la pobreza que profesaron todos individualmente y como miembros de la comunidad.
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31

  1. Escuchando con atención al Señor, que dice: «Anda, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme», 1hemos decidido ser pobres tanto materialmente como de espíritu, de forma que mientras intentamos arrancar a los hombres del dominio que sobre ellos ejercen las riquezas, y encaminarlos hacia los bienes del cielo, venzamos también nosotros la codicia mediante nuestra configuración con Cristo que «se hizo pobre por nosotros, para que nosotros fuésemos ricos con su pobreza».2
  2. Ese espíritu de pobreza nos apremia a poner nuestro tesoro en la justicia del reino de Dios con una plena confianza en el Señor. La pobreza nos libera de la servidumbre: más aún, nos aparta de la preocupación por las cosas de este mundo, para que nos adhiramos más plenamente a Dios, nos dediquemos a Él más prontamente y hablemos de Él más audazmente. Mientras que respecto a nosotros exige una moderación que nos pone en más íntimo contacto con los pobres, a quienes debemos evangelizar; respecto de los frailes y demás prójimos es, a la vez, liberalidad, ya que, por el reino de Dios, y sobre todo por las necesidades del estudio y del ministerio de la salvación, empleamos con gusto nuestros recursos «para que en todas las cosas utilizadas por una necesidad transitoria se destaque la caridad, que permanece siempre».3
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30

Emulando a los apóstoles que anunciaban el reino de Dios sin oro, ni plata, ni dinero, santo Domingo y sus frailes, según las exigencias del apostolado de su tiempo, se propusieron no tener ni posesiones, ni rentas, ni dinero, y mientras predicaran la palabra evangélica, mendigar cada día el pan de la comunidad. Así fue la pobreza apostólica en los comienzos de la Orden, cuyo espíritu debe animarnos también a nosotros, según formas adaptadas a los diversos tiempos y regiones.

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29

Todos los frailes y, principalmente los superiores, movidos por la comunión fraterna, ayuden a los frailes que se encuentran con dificultades en materia de castidad, usando manifestaciones de máxima caridad, como son la sincera benevolencia, oraciones, advertencias y todos los demás remedios prudentes y eficaces. 

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28

  1. Nuestros frailes, a pesar de los obstáculos y dificultades que puedan surgir a lo largo de sus vidas, perseveren  fielmente y avancen incansablemente en la continencia. Procuren en todas las coyunturas de su vida una íntima comunicación con Dios mediante una unión de amistad con Cristo, y nútranla con la Sagrada Escritura y con el misterio de la Eucaristía. Robustézcanla también con un filial amor y devoción hacia la Santísima Virgen María, Madre de Dios.
  2. Movidos por el apremio cada día mayor de la caridad de Cristo, es decir, de la amistad divina universal, háganse todo para todos en el ministerio apostólico. Por otra parte, en la vida común de la familia religiosa y apostólica con la que de manera más estrecha se encuentran vinculados por la castidad, cultiven el amor fraterno y la amistad serena.
  3. Conscientes de su propia fragilidad, los frailes no presuman de sus propias fuerzas, sino que practiquen la mortificación y la guarda de los sentidos y afectos, sin temor o pusilanimidad y, tratando a todos con humanidad, desechen de sí, como por instinto espiritual, todo cuanto ponga en peligro su castidad.
  4. Utilicen también oportunamente los medios naturales que sean necesarios o convenientes para la salud del alma y del cuerpo.
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27

  1. Quienes aspiran a la profesión de castidad en la Orden conozcan debidamente la función y dignidad del matrimonio, que representa el amor entre Cristo y la Iglesia, y comprendan que por la gracia de Dios ellos mismos son llamados a una manifestación más elevada de ese mismo amor.
  2. Ya que la observancia de la continencia perfecta toca íntimamente a las inclinaciones más profundas de la naturaleza humana, y ya que también en nuestra Orden, es condición para desempeñar con fruto el ministerio apostólico, es necesario que nuestros frailes logren una progresiva madurez física, psíquica y moral.
  3. En el curso de la evolución necesaria para arraigar más profunda  y firmemente la castidad, ofrézcase a los frailes una formación positiva y los medios necesarios humanos y divinos, para que, superadas con éxito las dificultades y peligros, estén ellos en condiciones de llegar a una integración natural y sobrenatural de toda su vida afectiva.
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26

  1. Por consiguiente, debemos estimar la profesión de castidad como un don privilegiado de la gracia, por el cual nos unimos más fácilmente a Dios con un corazón indiviso, y nos consagramos a Él con mayor intimidad. Y, por otra parte, imitando la vida virginal de Cristo, que por amor a la Iglesia se entregó a sí mismo por ella, a impulsos de nuestra vocación apostólica, nos entregamos totalmente a la Iglesia, con un amor más pleno hacia los hombres; y sirviendo a la obra de regeneración eterna, nos hacemos más aptos los que en Cristo recibimos una más amplia paternidad.
  2. Por el ejercicio de la castidad, alcanzamos gradualmente y con mayor eficacia la purificación del corazón, la libertad del espíritu y el fervor de la caridad. Y por eso mismo alcanzamos un mayor dominio del alma y del cuerpo, y un mayor desarrollo de toda nuestra personalidad, que nos capacita para practicar un trato sereno y saludable con todos los hombres.
  3. Además, la vida de castidad profesada por los frailes es un servicio valioso, y un testimonio elocuente del reino de Dios ya presente, al mismo tiempo que es un signo especial del reino futuro celestial en el que Cristo presentará a la Iglesia como esposa engalanada para sí.
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25

Los frailes, en cuanto prometen castidad «por el reino de los cielos», sigan las huellas de santo Domingo que, quien por amor de Dios conservó sin mancha la virginidad durante toda su vida, y de tal modo ardía de amor y celo por las almas, que «acogía a todos los hombres en el amplio seno de su caridad, y, amando a todos, por todos era amado, entregándose a sí mismo de una manera total en el cuidado del prójimo y en la compasión de los desdichados».4

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