La vida común
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Art. I
- Según se nos advierte en la Regla, lo primero por lo que somos congregados en unidad es para habitar unánimes en casa, y tener una sola alma y un solo corazón en Dios. Esta unidad alcanza su plenitud, más allá de los límites del convento, en la comunión con la Provincia y con toda la Orden.
- La unanimidad de nuestra vida, enraizada en el amor de Dios, debe dar ejemplo de la reconciliación universal en Cristo que predicamos con la palabra.
Como en la Iglesia de los Apóstoles, así entre nosotros, la comunión se funda, edifica y consolida en aquel mismo Espíritu en el que de Dios Padre con una sola fe recibimos al Verbo, con un solo corazón lo contemplamos y con una sola voz lo alabamos; en el que somos hechos también un solo cuerpo los que de un solo pan participamos; en el que finalmente tenemos todas las cosas en común y a la misma obra de evangelización somos destinados.
Los frailes, por la obediencia concordes, por la disciplina de la castidad asociados en un amor más elevado, por la pobreza más estrechamente dependientes unos de otros, edifiquen primero en su propio convento la Iglesia de Dios que, mediante su trabajo, han de extender por el mundo.
- Para que cada convento sea una comunidad fraterna, todos recíbanse y abrácense mutuamente como miembros del mismo cuerpo, distintos ciertamente por su índole y función, pero iguales en el vínculo de la caridad y de la profesión.
- Conscientes de su responsabilidad hacia el bien común, los frailes asuman voluntariamente los oficios dentro del convento, y alégrense de tomar parte en todos los trabajos de los demás, y en ayudar a los que vean sobrecargados.
Los frailes participen voluntariamente en las recreaciones comunes, donde se fomenta el conocimiento mutuo y la comunión fraterna.
Para que la cooperación apostólica y la comunión fraterna den frutos abundantes, es de sumo interés la participación unánime de todos los frailes: «el bien, en efecto, que es aprobado en común, es promovido con rapidez y facilidad».1 Por eso haya en todos los conventos coloquios para promover la vida apostólica y regular.
- Para fomentar la vida regular, una vez al mes por los menos, haya un coloquio en el cual, bajo la moderación del prior o de otro fraile designado por él, todos los frailes con sinceridad y caridad, puedan exponer lo que piensan sobre un tema previamente determinado y oportunamente anunciado sobre asuntos relacionados con los oficios y funciones de la comunidad.
- Algunas veces en el transcurso del año haya igualmente capítulo regular en el cual los frailes, a tenor de lo que haya dispuesto el Capítulo conventual, examinen su fidelidad respecto a la misión apostólica del convento y a la vida regular, y hagan alguna penitencia. En esta ocasión el superior puede hacer alguna exhortación sobre la vida espiritual y religiosa y las admoniciones y correcciones que considere oportunas.
- Los frailes en período de formación tengan también sus coloquios y capítulos bajo sus respectivos maestros. Pero, de acuerdo con la norma del n. 309 § II, pueden también participar, de una manera total o parcial, de las reuniones de toda la comunidad.
Cuiden atentamente los superiores que los frailes que, por razón del ministerio, moran fuera del convento de su asignación, puedan regresar a él con frecuencia y puedan ser visitados por otros. La comunidad recíbales con alegría, ayúdeles con premura, y tome parte en sus trabajos espiritualmente y con obras. Ellos, por su parte, ejerzan su ministerio como miembros de la comunidad, y participen de buena gana en las reuniones conventuales para nutrirse con el fervor apostólico de los otros, y, a su vez, puedan edificarlos a ellos.
A ejemplo de santo Domingo que fue «padre y consolador de los frailes enfermos y de cuantos estaban atribulados»,2 tenga el superior diligente cuidado de los enfermos, y aunque no se lo pidan, con ellos haga uso de oportunas dispensas. Sean solícitos en visitarlos tanto él como los frailes.
Los frailes ancianos o más débiles de salud tengan en el convento un lugar adecuado para que puedan participar en la vida común. Que se les ofrezca también un cuidado conveniente y puedan recibir visitas de sus parientes y amigos.
Agravada la enfermedad, el superior, por sí mismo o por otro, después de oír el consejo del médico, advierta discretamente al fraile para que pueda recibir a tiempo los sacramentos.
Nuestra comunión abarque con especial solicitud a los frailes que trabajan en tribulación.
Para los frailes que se separaron de nosotros, nuestro amor, confiando en la misericordia de Dios, ha de mostrarse en la benevolencia y en las ayudas correspondientes.
Recíbase con afabilidad a los huéspedes, y tráteseles con benignidad y caridad.
- Los padres y familiares de nuestros frailes han de ser tratados con el debido honor y piedad.
- Los frailes, agradecidos, hagan partícipes de sus oraciones y del mérito de su labor apostólica a los bienhechores que les comparten sus bienes espirituales o materiales, a fin de facilitarles su trabajo de evangelización.
Tengan los frailes un recuerdo fiel de sus predecesores en la familia de santo Domingo que les confieren «ejemplo con su vida, compañía con su amistad, ayuda con su intercesión»3. Presten atención a sus obras y su doctrina, y denlas a conocer. Además, no falten los sufragios por los frailes difuntos.3