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Sean nuestras iglesias centros de predicación, de vida litúrgica, de comunidad cristiana y de irradiación de apostolado.
Sean nuestras iglesias centros de predicación, de vida litúrgica, de comunidad cristiana y de irradiación de apostolado.
Presten los frailes una especial asistencia espiritual y doctrinal a los presbíteros y religiosos y a los demás, a quienes les ha sido confiada la tarea de educar al pueblo en la fe.
A fin de promover la unidad entre todos los cristianos, cuiden los frailes de fomentar el espíritu ecuménico entre los católicos, y entablar un diálogo auténtico y sincero con los no católicos, de forma que se evite el escándalo de la división y establezcan una cooperación tanto en la esfera social y técnica como en la cultural y religiosa.
Tengan especial cuidado los frailes en promover la educación de los niños y de los jóvenes, ya que en los pueblos en vía de desarrollo esto contribuye muchísimo para elevar la dignidad humana y preparar unas condiciones más humanas.
Establézcanse centros de investigación en los que se conozca especialmente el patrimonio religioso y sociocultural de los pueblos, y sea integrado en la unidad católica lo que con ella sea compatible. Con la colaboración de las diversas Provincias sean promovidos en gran manera estos centros como muy conformes con el apostolado peculiar de la Orden.
La Provincia erigida en tierra de misiones manifieste su espíritu misionero, de tal forma que no solamente haga participantes del mensaje evangélico a sus conciudadanos, sino que también haga esfuerzos por predicarlo a otros pueblos.
Puesto que la vida religiosa es signo preclaro del reino celestial y, a través de la íntima consagración hecha a Dios dentro de la Iglesia, pone también de manifiesto de manera clara y significa la naturaleza íntima de la vocación cristiana, ya desde los comienzos del establecimiento de la Iglesia, nuestros misioneros promuevan con toda diligencia la vida religiosa bajo formas nativas.
Tengan presente nuestros misioneros que el fin de las misiones se ordena a formar comunidades de fieles, para que cuanto antes puedan por sí mismas atender a sus necesidades propias. Por tanto, procuren que la Iglesia particular, provista de suficientes sacerdotes, religiosos y laicos locales, sea enriquecida con aquellos servicios e instituciones que son necesarios para llevar y dilatar la vida cristiana regida por su propio obispo.