Santo Domingo, con no poca innovación, insertó profundamente en el propósito de su Orden el estudio ordenado al ministerio de la salvación.1 Él mismo, que llevaba siempre consigo el Evangelio de san Mateo y las Epístolas de san Pablo,2 condujo a sus frailes hacia las escuelas3 y los envió a las ciudades mayores «para que estudiaran, predicaran y fundaran conventos» .4