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  1. La consagración religiosa y la vocación apostólica urgen a los frailes más que al resto de los fieles a negarse a sí mismos, a cargar con su cruz y a llevar en el cuerpo y en el alma la mortificación de Jesús, y de esta manera merecer para sí mismos y para los demás hombres la gloria de la resurrección.
  2. A imitación de santo Domingo «que viviendo en la carne caminaba en el espíritu y no sólo no realizaba los impulsos de la carne, sino que los hacía desaparecer,1 los frailes practiquen la virtud de la penitencia, sobre todo, observando con fidelidad todo lo que pertenece a nuestra vida.
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    Carta a la Orden del Beato JORDÁN DE SAJONIA, año 1233, AFP 22 (1952), p. 183.