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Los frailes, en cuanto prometen castidad «por el reino de los cielos», sigan las huellas de santo Domingo que, quien por amor de Dios conservó sin mancha la virginidad durante toda su vida, y de tal modo ardía de amor y celo por las almas, que «acogía a todos los hombres en el amplio seno de su caridad, y, amando a todos, por todos era amado, entregándose a sí mismo de una manera total en el cuidado del prójimo y en la compasión de los desdichados».1

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    JORDÁN DE SAJONIA, Libellus, MOPH XVI, 76, n. 107.