- Por exigencia del bien común, que obliga a los frailes a obedecer, los superiores óiganlos con agrado, y, sobre todo, en las cosas de mayor importancia, pídanles consejo, quedando firme su autoridad para mandar lo que se ha de hacer. De esta forma toda la comunidad, como un solo cuerpo, puede dirigirse al fin común de la caridad.
- Dado que el Espíritu Santo guía a la Iglesia con talentos y carismas especiales, los superiores, en el ejercicio de su autoridad, presten diligente atención a los dones peculiares de los hermanos y justiprecien y ordenen lo que sea suscitado por el Espíritu Santo en la Orden para el bien de la Iglesia según los tiempos y necesidades. Así, tanto en el desempeño de los cargos como en la asunción de nuevas iniciativas, reconózcase a los frailes, dentro de los límites del bien común y de acuerdo con el talento de cada uno, una adecuada responsabilidad, y concédase libertad.
- El superior, buscando la voluntad de Dios y el bien de la comunidad, «no se considere feliz por la potestad que tiene de mandar, sino por el amor en el servir»,1 y promueva un servicio libre, no una sumisión servil.
- Por su parte, los frailes, respondiendo a sus superiores con espíritu de fe y de amor hacia la voluntad de Dios, y con voluntad de cooperación fraterna, esfuércense en sentir sinceramente con ellos, y cumplan activa y consideradamente lo que les manden. En el desempeño de sus oficios procuren tener una obediencia pronta y diligente, sin demora;
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- 1
Regla de san Agustín, n. 7.