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  1. Por esta profesión imitamos de manera especial a Cristo que se sometió siempre a la voluntad del Padre para la vida del mundo, y de esta forma nos unimos más estrechamente a la Iglesia, a cuya edificación nos consagramos unidos a los demás frailes, bajo la conducción de los superiores que, con un ministerio humano*, hacen las veces de Dios, para el bien común de la Iglesia y de la Orden.
  2. Este bien común se nos manifiesta, también, en las orientaciones religiosas y apostólicas de la comunidad y en la iluminación interior del Espíritu Santo, que ayuda a la misión de la Orden.
  3. Nuestros frailes deben obedecer a sus superiores en todo lo que pertenece a la Regla (cf. n. 275 § I) y a nuestras leyes. En cambio, no debemos, y más bien no podemos obedecer, en aquello que vaya contra los preceptos de Dios y de la Iglesia, o contra las leyes de la Orden o en lo que no se admite la dispensa de un superior. En caso de duda, sin embargo, todos debemos obedecer.