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  1. El ministerio de la palabra, cualquiera que sea la forma de realizarlo, está íntimamente unido a los sacramentos, y en ellos ha de consumarse. Pues la vida cristiana nace, se nutre y fortalece en la palabra y en los sacramentos. Por eso, los fieles deben ser instruidos sobre ellos, a fin de que puedan entender sus signos y se dispongan adecuadamente para recibirlos.
  2. Siendo la Eucaristía el centro de la vida de la Iglesia y fuente y cumbre de toda la evangelización, los frailes, considerando con atención la gracia de este singular misterio, procuren valorar su importancia tanto para su propia salvación como para la de los demás, y persuadan de tal modo a los fieles de su eficacia y fecundidad que participen piadosa, activa y frecuentemente en la fracción del pan.
  3. El sacramento de la penitencia y la administración del mismo está íntimamente ligado con el ministerio de la palabra, ya que la conversión del corazón que intenta inspirar la predicación se consuma con el perdón y la reconciliación con Dios y con la Iglesia, y además contribuye a la iluminación de la conciencia y al progreso en el espíritu evangélico.

    Así pues, los frailes deben mostrarse siempre diligentes y dispuestos para la administración fructuosa del sacramento de la penitencia; y en el desempeño de este ministerio presten atención al progreso de las ciencias sobre el hombre, lo mismo que a las condiciones particulares y a la sensibilidad de cada uno de los fieles. Por motivos parecidos los frailes han de tener en mucha estima la educación de la vida cristiana.