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El hábito de la Orden consta de túnica blanca con escapulario y capilla blancos, capa y capilla negras y correa de cuero con rosario (cf. Apéndice n. 3).
El hábito de la Orden consta de túnica blanca con escapulario y capilla blancos, capa y capilla negras y correa de cuero con rosario (cf. Apéndice n. 3).
Para que nuestros frailes puedan entregarse mejor a la contemplación y al estudio, para que, además, se aumente la intimidad de familia y para que se manifiesten la fidelidad y la índole de nuestra vida religiosa, en nuestros conventos debe conservarse la clausura.
Pertenecen a la observancia regular todos los elementos que constituyen la vida dominicana y que son ordenados mediante la disciplina común. Entre ellos destacan la vida común, la celebración de la liturgia y la oración secreta,1 el cumplimiento de los votos, el estudio asiduo de la verdad y el ministerio apostólico, a cuyo fiel cumplimiento nos ayudan la clausura, el silencio, el hábito y las obras de penitencia.
La observancia regular, asumida de la tradición por santo Domingo o innovada por él, ordena nuestro modo de vida en tal manera que nos ayuda en nuestro propósito de seguir más de cerca a Cristo, y a que podamos realizar con mayor eficacia la vida apostólica. Por lo que, para permanecer fieles a nuestra vocación, pongamos la mayor atención a la observancia regular, amémosla de corazón y esforcémonos en llevarla a la práctica.
Nuestros conventos, evitada toda superfluidad y aspecto de ostentación, sean sencillos y aptos para su fin, y sean dispuestos según las costumbres de lugar y tiempo, de tal forma que para nadie sean ocasión de ofensa.
Dado que «es necesario que cada uno se ocupe alguna vez de las necesidades de la hora presente»,2 la pobreza religiosa exige de todos los frailes que sean conscientes de su responsabilidad en orden a la vida económica del convento (cf. nn. 576-577).
Procuren los superiores y síndicos atender, con toda solicitud de los bienes comunes, las necesidades verdaderas y justas de los frailes, en forma tal que permanezca del todo excluida la vida privada.
Puesto que la pobreza impone a tantos hombres la necesidad de trabajar con ahínco para conseguir un tenor de vida sencillo, nuestros frailes han de dar ante el pueblo un eficaz testimonio colectivo trabajando con diligencia en su oficio apostólico, viviendo con sobriedad de una remuneración muchas veces incierta, y haciendo con gusto partícipes de sus bienes a los más pobres.